El contexto histórico que influirá en el desarrollo de la obra de Guayasamín, está conformado por varios acontecimientos, entre los cuales, se destacan a nivel de su país natal: la afectación de la economía debido la gran depresión de los años 30, la marginación de los pueblos indígenas, afrodescendientes y la explotación de los trabajadores. Por otro lado, en el ambiente intelectual ecuatoriano, como en el resto de América Latina, se iban gestando las luchas por la reivindicación de los pueblos originarios y de la clase trabajadora, lo cual quedará plasmado en las letras y las artes. En el ámbito internacional la revolución mexicana, la guerra civil española, las atrocidades de la Segunda Guerra mundial y finalmente el planeta amenazado por el exterminio nuclear durante la denominada guerra fría.
El artista ecuatoriano recordará su niñez marcada por las privaciones y el menosprecio hacia su ascendencia indígena, como elementos que permearán su producción artística, convirtiéndola en un grito de denuncia ante la injusticia y la explotación depredadora del ser humano hacia los más vulnerables.
Guayasamín se gradua como pintor y escultor en 1940 en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En 1942 gana el primer premio en el Salón Nacional Mariano Aguilera. En este mismo año la adhesión del artista ecuatoriano a las vanguardias expresionistas, al indigenismo y a la ideología socialista son evidentes en su obra. La primera exposición del pintor quiteño estuvo acompañada por una gran polémica, debido al carácter de denuncia social de sus lienzos. Nelson Rockefeller encargado de los asuntos Interamericanos de los Estados Unidos, impactado por la pintura de Guayasamín, adquiere 5 obras y gestiona una invitación para que el artista ecuatoriano visite y exponga en este país. Guayasamín viaja a los Estados Unidos, luego va a México y trabaja como asistente del gran muralista José Clemente Orozco, también conoce a Diego Rivera.
En 1945 emprende un viaje de México hasta la Patagonia, el cual puede palpar la terrible situación de pobreza de la Latinoamérica profunda. Resultado de esta travesía y del apoyo del intelectual Benjamín Carrión (creador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana) es la serie Huaycañan (1952-1953), palabra quichua que significa: Camino del llanto, la serie estaba formada por 103 obras. En Huaycañan Guayasamín retrata la antropología de la marginación de los pueblos originarios, los afrodescendientes y los mestizos, denunciando la miseria lacerante y la inhumanidad que padecen las personas más vulnerables del continente, a la vez que ensalza sus luchas y esperanzas. En esta primera serie el pintor ecuatoriano crea una síntesis entre la influencia del muralismo mexicano y su propia personalidad artística, evolucionando hacia un dibujo de líneas, colores, texturas y composiciones más vanguardistas, sin abandonar la figuración expresionista.
En 1956 el artista quiteño gana el primer premio de pintura en la III Bienal Hispanoamericana de Arte, y en 1957, es galardonado con el primer Premio de la Bienal de San Pablo, a partir de aquí recibirá otros muchos reconocimientos internacionales.
La segunda serie que Guayasamín inicia aproximadamente en 1960 y se titula La Edad de la Ira, en ella aborda las tragedias de la violencia humana que tuvieron lugar en el siglo XX: la inhumanidad de los campos de concentración nazis, las masacres de la Guerra Civil Española, las dictaduras que corroen la libertad en Latinoamérica, el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki, la invasión a Playa Girón en Cuba, entre otras. Las manos el maestro quiteño pintan formas que se vuelven más desencarnadas y ásperas, sus pinceladas y sobre todo los gestos certeros de la espátula, depositan la materia pictórica formando estratos que revisten la estructura ósea atormentada de sus figuras humanas con la piel de la angustia, además el pintor ecuatoriano delimita las formas no solamente con las líneas negras de su pincel, sino también con arañazos que dejan ver la base blanca de la preparación del cuadro.
Los rostros y las manos, cada vez más dominantes, en la atormentada anatomía representada por el artista quiteño, están modelados con líneas cortantes y superficies de color que se sobreponen al enérgico ritmo de la espátula del maestro. En las cuencas oscuras de los ojos de sus personajes, adivinamos el brillo de un alma empapada de emociones. La paleta de colores es parte fundamental del lenguaje plástico de Guayasamín, para expresar la síntesis entre la sensibilidad, que conmueve las entrañas del artista y la temática a tratar. La Edad de la Ira se caracteriza por una cromática de ocres y tierras, negro, azul frío y metálico, rojo sangre usualmente acompañado por un verde profundo, y la solidez implacable del gris. En La Edad de la Ira asistimos a la plena madurez del artista quiteño.
La creación de la fundación Guayasamín, en 1976, servirá para que el legado del artista pase a formar parte del patrimonio cultural ecuatoriano. El pintor quiteño dona sus colecciones de arte precolombino, colonial y contemporáneo junto a su propia obra. En los años ochenta, el artista ecuatoriano crea su serie titulada Mientras viva siempre te recuerdo o conocida también como La Edad de la Ternura, como un homenaje a la memoria de su madre, que fue siempre su pilar de apoyo. A diferencia de La Edad de la Ira, la composición de las líneas y las formas parecen convertirse en un abrazo del que surgen las figuras cálidas de la madre y su hijo, que son las protagonistas de esta serie. Los rostros se juntan entrañablemente y ocupan los primeros planos esbozando sonrisas e inocencia, mientras las manos abrazan y acarician. La paleta de ocres, amarillos y azules, unida al formato mediano y usualmente cuadrado de los lienzos, forman un equilibrio dinámico que transmiten intimidad y afecto. Esta serie se dispersó pero se puede apreciar una muestra significativa en la Fundación Guayasamín.
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En 1996 el artista quiteño da inicio a la Capilla del hombre, declarada por la UNESCO proyecto prioritario, considerada como un canto de amor a América, afirma y enaltece las culturas maya-quiché, azteca, aymara e inca, evocando su cosmogonía, sus símbolos, sus textos sagrados, su flora y su fauna. También Guayasamín aborda, los cruentos hechos de la conquista, el mestizaje y el despotismo, por ejemplo, la muerte de los habitantes originarios en las infames minas del cerro de Potosí, la esclavitud de los afrodescendientes arrancados con violencia de su tierra, la angustia de las madres que buscan a sus hijos desaparecidos durante la dictadura, entre otros temas. La Capilla del Hombre posee: obras tempranas del pintor ecuatoriano, algunos cuadros de la serie Huaycañán, la serie La Edad de la Ira, y algunas muestras de La Edad de la ternura. Todas estas pinturas forman un himno que va del clamoroso grito de denuncia de los desposeídos de la tierra a un crescendo de esperanza en la victoria de los derechos humanos. La Capilla del Hombre es síntesis y legado del pintor ecuatoriano, es revelación del espíritu del artista que clama: «mantengan una luz encendida, que siempre voy a volver».
Guayasamín fue el artífice de grandes retratos y murales, paisajes y bodegones de flores, acuarelas, dibujos, y grabados, esculturas y diseños para joyería. El artista quiteño llevó a cabo más de 200 exposiciones monumentales alrededor del mundo. El pintor quiteño retrato además de sus seres queridos a varias de las figuras más destacadas en el campo político, del arte, de las letras, la música, actores, intelectuales y hasta algunos miembros de la nobleza europea.
El poeta Pablo Neruda dijo de su amigo Guayasamín: Pocos pintores de nuestra América tan poderosos como este ecuatoriano intransferible. El pintor quiteño fue el artista más destacado de su generación y ocupa uno de los sitiales más importantes del panorama cultural ecuatoriano en la segunda mitad del siglo XX. Cada uno de sus gestos plásticos evidencia su actitud política y su concepción estética. Guayasamín definía su arte diciendo: Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente. Para mostrar lo que el Hombre hace en contra del Hombre.
Parafraseando la opinión del escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, en los grandes murales de Guayasamín vibran los ecos del espíritu atormentado de Miguel Ángel en su Juicio Final, las estremecedoras escenas de Los desastres de la guerra y el dramatismo de Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, permeados por el vanguardismo explosivo del Guernica, de Picasso. Uno de los artistas más excepcionales del siglo XX, junto al brasileño Cándido Portinari, y el mexicano Rufino Tamayo. Si bien, Lam pintaba la selva americana con su embrujo de demonios vegetales, y Matta reafirmaba en Europa la realidad de la imaginación y sueño de América Latina; Guayasamín, escogió para su pintura lo palpable y visible de la realidad de su continente, el llanto en el rostro de los desposeídos de la tierra, las huellas de la infamia que la guerra y la injusticia dejaron en los márgenes del mundo.
El aporte de Guayasamín consiste en haber tomado el dramatismo del dolor humano, la denuncia de las injusticias sociales y la lucha por los derechos humanos, y convertirlos a través de su visión personal de la historia, en la materia prima de su arte, interpelando al espectador y colocando ante sus ojos lo que generalmente desea evitar. El maestro ecuatoriano asumió el lenguaje del expresionismo figurativo, tamizándolo a través de su técnica y sensibilidad personal, por medio de sus formas, texturas y colores tan característicos haciéndolos propios. Supo evocar al mismo tiempo las raíces ancestrales del continente, la rudeza de las vanguardias, y la sabiduría de los grandes maestros del arte occidental, constituyendo su obra en cuerpos coherentes. El resultado de esta síntesis, más allá de un cierto remanente de maniqueísmo ideológico-político, característico de la época, es una obra artística sólida que aborda temas universales que cuestionan al espectador hasta las entrañas de su propia existencia: el dolor, la violencia, la muerte, la indignación contra la injusticia, la maternidad, la ternura, y el amor hacen que la obra del maestro Guayasamín trascienda en el tiempo y el espacio.